A finales del siglo XVIII se comienza a hablar de la autonomía del arte, un arte exento del aspecto mimético de la representación y de los cánones establecidos por fines ajenos al arte mismo. El sumun de este proceso llegó a principios del siglo veinte con las diferentes tendencias que propugnaban un arte por el arte y con la búsqueda del lenguaje esencial de los artistas minimalistas de los sesenta. Desde entonces, la crítica del arte se ha debatido en torno a si se puede hablar de la existencia real de tal autonomía, dado que el arte no consigue estar al margen de los acontecimientos históricos, políticos, sociales y culturales.
Durante los años sesenta y setenta, la crítica del arte aplaudía un discurso poiético signado más por la idea y el concepto o por su relación con las corrientes sociales y políticas que se iban sucediendo y más alejado del objeto de representación. Lo que hizo que, incluso, teóricos como Niklas Luhmann sugirieran que el arte conceptual constituyó un abandono voluntario de esa autonomía adquirida.
Desde mediados de los años 70 y durante toda la década de los 80, varios acontecimientos ayudaron a tener una nueva perspectiva del rol del arte en la sociedad: la ruptura del bloque del Este, la destrucción del muro de Berlín, la decadencia de las doctrinas de liberación nacional, la instauración del neoliberalismo en la economía mundial, el auge de los movimientos marcados más por la reivindicación de derechos culturales que por los radicalismos políticos, la preeminencia y el alcance de los mass media y, sobre todo, de la maquinaria de hacer imágenes de la televisión. Todo esto influyó en la apertura de mercados, en la necesidad de invertir y gastar. Una época donde el derroche, el lujo y la exhibición de poder y medios económicos no estaban estigmatizados.
El arte se convirtió en un bien de consumo estimable. Más que cualquier otra forma de expresión artística, la pintura, el espacio bidimensional, se vio beneficiada; tal vez porque es la pintura la que denota primero los cambios culturales.
La autonomía ahora alcanzada, era una autonomía de respaldo e intención. Apostar por la pintura fue la consigna de las diferentes tendencias que emergieron o se consolidaron a partir de la mitad de la década de los setenta y, sobre todo, en los ochenta: el neoexpresionismo o Die Neue Wilden alemán, la Transvanguardia italiana, los Supports-surfaces franceses, el posmodernismo, la Bad Painting.
Este es el panorama que encontraron los artistas españoles a los que se les abría un mundo de posibilidades. Es la generación de la Transición. Una pléyade de creadores logró asumir los movimientos que estaban agitando el mundo de la pintura y elaborar una obra de altísima calidad que continúa siendo referente para los artistas actuales.
Esta generación debatió no sólo en el plano de la producción de la obra sino también en el campo intelectual, se asociaron según sus intereses y conformaron grupos de discusión como Trama, Atlántica o la Nueva Figuración madrileña. La mayoría de los artistas presentes en esta exposición: Juan Antonio Aguirre, Carlos Alcolea, José Manuel Broto, Chema Cobo, Carlos Franco, Ferran Garcia Sevilla, Xavier Grau, Menchu Lamas, Antón Lamazares, Víctor Mira, Juan Navarro Baldeweg, Antón Patiño, Charo Pradas, Manolo Quejido, Santiago Serrano y José María Sicilia, o bien dieron sus primeros pasos en alguno de estos tres grupos, o bien establecieron conexiones u ofrecieron registros similares a ellos.
También en los 80, se incentivó e incrementó el patronazgo corporativo de instituciones públicas y privadas. Pero las verdaderas impulsoras de estos artistas fueron las galerías, que más que continuar con la sola labor de marchantes de arte, supieron tomar pulso a la situación y se convirtieron en mecenas, difusoras e incentivadoras de las propuestas creativas generadas en esa época. Una de esas galerías que jugó, y sigue jugando, un papel fundamental en la promoción de los artistas de la generación de los años ochenta, es la Galería Miguel Marcos. La labor de la galería no se centró solo en las exposiciones en sus espacios, sino en propiciar la presencia de los creadores en las ferias internacionales y en fomentar vínculos de colaboración con otras instituciones como ha ocurrido, desde 2013, con el Ayuntamiento de Aínsa-Sobrarbe. Gracias a esta estrecha cooperación hemos podido llevar a cabo nuestra misión por investigar y difundir el arte contemporáneo desde un entorno rural pero con una visión universal y actual, tal como lo manifiesta la presente exposición.